Cuando no te gusta nada, y es raro que coincidas con opiniones ajenas –casi siempre equivocadas, por otra parte–, se hace imposible el descanso. Llevar la contraria, porque es tu naturaleza, consume las 24 o 25 horas del día. Todo va bien, y de pronto estás razonando sobre por qué es mejor no mover un poco el sofá a la derecha, o no echar tanta sal a la comida, o no escuchar tal birria de música, o no aparcar el coche de morro. En los peores momentos, aunque te encuentres solo, y alrededor reine el silencio, en tu cabeza se desata un huracán en el que das vueltas a qué responderás si alguien dice algo, no sabes el qué, pero seguramente erróneo o descabellado.